Minirelato presentado al concurso Relatos MiniAmbientales, de la Asociacion riojana ADALAR, dónde se intenta que los concursantes expresen y resuman la riqueza y biodiversidad de La Rioja.
Blanco hielo, la gélida estampa de lo que parecía un
invierno perpetuo se mostraba delante de mi señora madre. Con los dedos
agarrotados me miró por última vez y, diciéndome todo con ese último adiós,
caminó por el sendero que los pinos marcaban.
Su vida se marchitaba, a la vez que aquel hermoso bosque, el cuál con su nevada quietud marcaba la frontera entre la vida y la muerte.
El viento
me recordaba una y otra vez lo vulnerables que somos al frío. La niebla imponía
la línea entre nuestro territorio y el de ellos, aquellas altas cumbres
quedarían selladas tras 2 metros de nieve y pasaría el invierno sin que ningún
hombre interrumpiera la calma helada que se impone por norma un año tras otro.
La vi deshacerse, la niebla, el frío y su silueta se
volvieron una misma cosa.
Sentí su paz, que me rodeó y me guió camino a casa.
No
me puedo quitar esa imagen de la cabeza, necesito volver para escuchar ese
silencio interminable que rodea las cumbres de los cameros viejos, nuevos,
eternos.
Y así, cada 4 estaciones, la montaña se tapa con un precioso
manto albino.
De lejos, las copas de los árboles y el hielo se funden y brillan
como diamantes.
Nosotros, cada año, volvemos al inicio de ese sendero a recoger
la paz y la calma que nos fueron robadas, y solo aquí podemos encontrar.
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