Son las seis y cuarenta y
cinco minutos de la mañana y se escucha una alarma, aunque hace tiempo que lleva
sonando. Sacas la mano del saco del colchón y agarras tu teléfono congelado y
moribundo para cortar la alarma.
Te vuelves a cubrir, el
frío inunda tu cara y tus manos pero llega el momento de salir del saco y
ponerse la ropa de trabajo. Ocho horas de vendimia esperan.
Sales de la tienda
dirigiéndote al café, bien ofrecido por el patrón o por esos compañeros de
leyenda que se han despertado antes que tú.
Esto es la vendimia,
trabajo rural, ciertamente duro para cualquier joven urbano europeo,
ciertamente normal para la mitad del mundo que hace algo parecido todos los
días de su vida cobrando muchísimo menos.
Partimos a Francia
acabándose Agosto, con un sol increíble cruzamos un país lleno de paisajes
llanos, cultivados y divididos por hermosas hileras de árboles. Llenos de cosas
pero vacíos de personas. Descubrimos que en los pueblos de Francia no hay
plazas, no, pero tampoco gente en la calle que eche de menos llenarlas. Entrábamos
en Europa y salíamos del Mediterráneo.
Nuestra primera parada
fue la zona Noreste a la altura de Suiza llamada Epernay, donde se produce el
Champagne. De puerta en puerta conseguimos trabajo y un amable empleador que
cerró el trato brindando con una botella propia. Acampábamos en pequeños
merenderos a cuyos pies se desplegaban kilómetros y kilómetros de vides
adornados por pequeñas iglesias y casas desperdigadas que ganaban en jardines
pero perdían de vista a cualquier vecino.
La cosa empezaba a rodar,
y rodamos de Este a Oeste del país para buscar un trabajo que rellenara las 3
semanas que quedaban para la vendimia. La mítica región de la Bretaña francesa
nos aguardaba.
Aparecimos un viernes por
la noche en la ciudad de Rennes, pero si sales a los bares a media noche en
Francia puede que encuentres la fiesta un tanto empezada, nuestro reloj
biológico-festivo tardó semanas en asimilar ciertos hábitos del pueblo Galo.
La gente de la Bretaña es
gratamente peculiar y acogedora, siempre dispuestos a ayudar e indicarte un
lugar para acampar, para coger agua o para oír un buen concierto. Prometido, te
cruzarás con algún señor que se parezca a Asterix y Obelix.
Sin darnos cuenta, en una
semana ya nos habíamos convertido en un activo grupo de 6 amistosos okupas
rurales, siempre prestos a dar vida a una agradable porción de césped, hablar
con los vecinos, tocar música y visitar los supermercados a última hora de la
tarde en busca de alimentos que desechen bien por su próxima caducidad o, como
era común, por la falta de espacio debido a la llegada de más, más y más comida
que correría la misma suerte.
El constante desperdicio
de la sociedad moderna nos permitía vivir con lo justo y maximizar el ahorro de
los euros que nos ganábamos. Es curioso que en algunos países casi la mitad de
la comida acabe en la basura en perfectas condiciones, y en otros países no
haya comida para la mitad de las personas y estas tengan que buscar cualquier
desperdicio.
En Montauban en Bretagne
cosechamos tomates dentro de un enorme invernadero, un trabajo sencillo lleno
de descansos y que no pasaba de 35 horas a la semana. Hicimos muchos amigos, El
primero un marroquí, cómo no, se sentía a gusto entre nosotros y nos contaba anécdotas
de Almería, donde cobraba un tercio que en Francia.
Nos despedimos tras dos
semanas de trabajo. Nuestro jefe nos invitó a volver el año que viene y semanas
más tarde nos escribió preguntándonos si la transferencia del salario estaba
bien, la educación y el hablar entre personas nunca está de más.
Volvíamos a la Champagne
con las manos entrenadas de cortar con las tijeras pero ni la más dura vendimia
en España nos podía preparar para lo que llegaba.
Trabajadores de toda
Europa y África se dan cita en estas laderas, 120.000 jornaleros detrás de los
racimos mejor pagados del continente. Y no son los mejor remunerados por la
gentileza de los patrones, el acabar una sola línea se te puede hacer muy
largo. A los tres días estábamos quebrados y recurríamos a cualquier tipo de
anestesia para mitigar el dolor por las mañanas.
El grupo se mostró como
una inacabable fuente de apoyo y energías, y una vez hechos al dolor no quedaba
más que sacar fuerzas de la mente para seguir cada día trabajando 9 o 10 horas
(sin contar descansos). El premio final nos alentaba, cien euros por cada día
de trabajo, pero nuestras rodillas y espaldas estaban al límite, por lo menos
no te ibas a la cama cada día sin haber descubierto un músculo nuevo en tu
espalda que había estado ahí, esperandote pacientemente para que lo utilizaras.
Fue una toma de contacto
con algo tan normal como una cosecha pero nos dio muchas ideas y proyectos, nos
pusimos de acuerdo entre nosotros y para con el mundo entero: Si algún día se
puede meter mano de verdad en la Educación, haremos que todo joven pase unos
meses en el campo trabajando, como educación de vida, de orígenes e humildad.
Un aprendizaje necesario para mi generación, alejada del campo, aislada de la
verdad de nuestra comida, alejados de aquello que nos sustenta y de las
personas que realmente nos alimentan.
¿Cómo algo tan sencillo e
inocente puede parecer tán revolucionario? Analicen cada uno de ustedes el porqué de haber llegado a este punto.
Hablamos, hablamos mucho,
vaya que si hablamos. Nunca había hablado tantas horas sobre tantas cosas
siendo la única interrupción el dejar paso a la carretilla o levantarte para coger
aire. Por las noches también hablabamos, al cenar, al tomarte una cerveza o
mientras te ibas a la cama. Cada uno rellenabamos con los conocimientos que
creíamos relevantes la curiosidad que expresaban los demás sobre los temas en
los que cada uno habíamos aprendido más hasta llegar a conocernos.
Las estrellas, amigos,
las estrellas son una cura de humildad cada noche antes de dormirte, te vas a
la cama rendido ante algo superior o quien sabe, por lo menos más grande que
tu. Una medicina que escasea cuando uno vive en medio de cualquier ciudad.
Pasado un mes desde el
comienzo de esta historia, y acabada la vendimia del Champagne, se había dado
cierto cambio o evolución en nosotros. Un pequeño salto de escalón tanto físico
como psicológico debido a un mes de continuos aprendizajes y pequeños retos que
hacen que tu valentía se entrene cada día lo suficiente como para poder saltar
un poquito más alto al día siguiente.
Miraba a mis compañeros y
los veía bien, fuertes, vigorosos y sanos. Nos mirábamos a nosotros mismos y
nos sentíamos contentos. No obstante, debido a la dureza física de la vendimia
del Champagne, dos personas, un tercio del grupo tuvo que volver a España
lesionados buscando reposo.
Los demás continuamos
aunque nunca volveríamos a andar igual por lo menos hasta pasado el otoño, y
las rodillas…mejor ni hablar de ellas no vaya a ser que se acuerden.
Bajamos hacia el sur,
Burdeos, la zona vinícola por excelencia. El vino tinto más afamado del
planeta, lleno todo de viñas y casas muy sencillas.
La gente más cercana a
las viñas era la más sencilla, el dinero corría a raudales por las terrazas y
restaurantes de Burdeos, dónde aquellos más lejanos a la agricultura parecían
los que más provecho le sacaban.
La vendimia en la zona
sur de Francia es prácticamente igual en lo técnico que en la Península Ibérica,
cambia lo que ganas cada hora y es el motivo que la mayoría de vendimiadores fueran
trabajadores españoles y también algunos portugueses.
Nuestro encargado
granadino fue la diversión de cada jornada, emigrado hacía ocho años desde la
mismísima Sierra de Baza, su capacidad emprendedora y para los pequeños
negocios desbordaba cualquier imaginación. Tuvimos un curso express de dos
semanas de Small Bussiness “Como salir de
la crisis desde el medio rural francés”. Las comparaciones entre los dos
países que le obligabamos a hacer con nuestras continuas preguntas (Gracias
Juan), eran la sal de la tierra, la sal de la jornada fría y mojada en la que
nos quedabamos atrapados bajo la lluvia continua.
Nuestros días estaban
llenos de anécdotas graciosas o acontecimientos nuevos e importantes, esto no
era casual ya que, a más vida tienes más vida generas a tu alrededor, más cosas
pasan y te ves envuelto en un bucle activo que repele cualquier rutina aburrida
e improductiva de tu anterior vida.
Pero más allá de esas
cosas bonitas que nos enseña la vida en la carretera, la vida de nómada. Más
allá de lo bonito y de lo que dan ganas de hablar al volver, una experiencia
nos marcó a todos en nuestra última vendimia: Los demás españoles jornaleros.
Compartimos cuadrilla de
trabajo con un nutrido grupo de jóvenes de diferentes puntos de la costa
Levantina, gente de nuestra misma edad que había tomado un camino diferente
desde temprana edad en la adolescencia.
No compartíamos con ellos
gustos musicales, no vestíamos de la misma manera, no nos divertíamos de la
misma manera y tampoco nos comportábamos con gente nueva de la misma manera.
Siendo sincero, no creo
que si vivieran en mi ciudad me hubiera parado a hablar con ellos más alla de
para pedirles un cigarro, un papelillo o un mechero. Creo que ellos, sin
ninguna mala voluntad de por medio, tampoco lo hubieran hecho conmigo.
Pero esto es el campo,
señores, aquí se trabaja codo con codo con quién te toque y en este proceso se
comparten inevitablemente espacio y dolores. Con los días íbamos hablando más y
más, aprendimos de ellos y ellos aprendieron de nosotros, nos llegamos a
respetar, trabajamos juntos por la noche para conseguir comida y nos despedimos
con un afecto que, sin ser enorme, era totalmente real.
El viaje y la vida en el
campo nos proporciono lugares comunes en los que desarrollarnos como personas
tanto autónomas como sociales. Para desarrollar tu fuerza exterior e interior.
La luz y las fuerzas físicas marcan la duración del día, marcan el desarrollo
de la jornada y te liberan de hacerlo a ti.
Encontramos un lugar
común con nuestros compatriotas que no se había antojado posible en todos mis
años anteriores, si bien por nuestras diferencias, o bien por la ausencia de un
lugar común en la ciudad dónde realmente las diferentes tribus urbanas nos
veamos cómodas y nos podamos mezclar sin llegar a ser un trauma para nuestro
lado antisocial tan común hoy en día.
Han pasado unas cuantas
semanas, estoy en una casa. Alrededor todo esta limpio y la habitación está
caliente, tengo comida en la nevera para parar un tren, ropa para vestirme un
més entero y una multitud de cosas colgadas por las paredes, ordenadas en las
esstanterías o apiladas en los armarios. Cosas que nunca he echado de menos ya
que yá las usé o nunca las usaré más.
Fuera de mi cuarto todo
el mundo se comporta de una manera muy extraña. Se dedican a ganar dinero y
cuando acaban, y han visto a los amigos, vuelven a casa para sentarse delante
de unas enormes pantallas que a cada visita que hago crecen un poco más.
Hablo mucho menos, por lo
menos debería intentar escribir un poco más. Hablo tal vez una hora al día, y
muchas cosas se me quedan dentro por falta de orejas y al día siguiente ya no
están y se han perdido.
La gente se gasta un
montón de dinero en ropa y en cacharros, y yo les proyectos divertidos a cada
uno, echos a la medida. Se los propongo, pero se protegen con su ropa y se van.
Entonces yo me pongo mi ropa y también me voy afuera.
¿Es posible que hayamos
ya perdido tantas cosas importantes? ¿Somos ese futuro que ya está aquí? ¿Es yá
todo tan absurdo?
Asiento cada
vez que veo las noticias tóxicas junto a los adorables anuncios. ¿Estamos ya
bajo el yugo de los absolutos malvados? A ellos no los culpo, ya se sabe lo que
quieren y que harán todo lo que haga falta para conseguirlo de nosotros
también.
Pero acabo de volver de ver
la tierra cara a cara , verla cara a cara, y os aseguro que ni de lejos los
seres humanos normales somos tan malvados como nos hacen creer día y noche. He
vuelto de conocer cientos de personas y no he visto a ni uno de esos! Es todo
mentira y quiero sonreír a la gente y darles un abrazo, pero sus brazos se
quedan a medio camino, desconfían unos de otros, hablan unos de otros sin ni
siquiera intentar entenderse, yo solo quiero que los dos vean lo bueno que
todos tenemos en alguna parte, y exploten eso, colaboren y se abran puertas el
uno al otro ya que para algo son vecinos de ciudad, historia, buen vivir y buen
humor con los suyos.
Y es así, con reflexiones
inocentes que bien pudieran salir de la mente de un niño de ocho años, que yo
me despido con esta historia. ¿Cómo algo tan inocente puede sonar tan
diferente? Sonrían, hablen mucho y, no olviden que nuestros mejores amigos
somos nosotros mismos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario